Luis Miguel en Buenos Aires: El hechizo de una leyenda viviente

El Rey del pop latino volvió a demostrar que posee una voz privilegiada y, acompañado de una banda impecable de 30 músicos en el Movistar Arena.

Luis Miguel es sin duda el “Rey del pop latino”, aunque nadie se haya atrevido a coronarlo formalmente. Parafraseando la célebre conferencia de prensa de Pep Guardiola, son “los putos amos” de la música popular. No sólo los aúna una carrera musical atravesada por el dolor, sino que su también su magnificencia y trascendencia construyeron una bruma que se debate entre la especulación y el misterio.

En el caso del astro mexicano, esto se reforzó con su serie biopic en Netflix. Pero existen otros rasgos que los entrelazan a ambos: una voz privilegiada, capaz de atrapar y, tal cual nigromante, hechizar hasta la inconciencia, pasando de un género a otro sin que eso importe demasiado. Esa fue la llave que les permitió acceder a la exclusiva elite de los crooners. Sí, ese club que bien supieron llevar desde Frank Sinatra hasta Julio Iglesias, pasando por el recientemente desaparecido Tonny Bennett, uno de los últimos de la estirpe.

El otro condimento que conecta a los dos ídolos es su cualidad de showmen, más allá de que “El Sol” no haya sido para nada verborrágico en las dos horas y medias de espectáculo que brindó el viernes a la noche en el Movistar Arena. Se trató del segundo recital (asistieron 12 mil personas) de una serie de 10 en el predio de Villa Crespo, todos con entradas agotadas. El intérprete tenía poco más de cuatro años sin pisar los escenarios, por lo que decidió iniciar su nueva gira mundial en la Argentina, país con el que mantiene un idilio desde que tenía 12 años y poco podía imaginarse lo que le depararía el futuro.

Esta serie de show seguirá después por Chile, Estados Unidos y México. Los que lo vieron la última vez en esta parte del mundo afirman que el espectáculo y el repertorio no distaron mucho con respecto a los últimos que ofreció ante el público argentino, pero en la previa un grupo de chicas con coronas de cartón en las que se leía “Luismi” exponía a una nueva generación de fans.

Ver a Luis Miguel es vivo es toda una experiencia, incluso para los que asistieron en las dos primeras noches de esta vuelta a Buenos Aires en el rol de acompañantes de sus parejas. Es el culto hecho hombre, una raza en extinción, la leyenda viva, el eslabón perdido. Cuando esa banda impecable, amplísima y variopinta que lo acompaña saltó a escena a las 21, el caos (a un tris de la locura colectiva) se hizo presente en el estadio.

Entonces el artista salió eyectado al final del escenario, desde una suerte de ascensor, muy cerca de la pantalla. Arrancó el repertorio con “Será que no me amas”, su adaptación del clásico que ayudó a popularizar The Jacksons (el grupo de Michael y sus hermanos). Bastó con esa canción para que el icono sintetizara su performance, cada vez que invoca a los ritmos afroestadounidenses: quebró la cadera de un lado para el otro, hizo una especie de grulla a lo Karate Kid, jugó a la air guitar y se agarra su cabellera para estirar el jopo.

En comparación con la actualidad, los sistemas de sonido de los años '60 eran precarios. Tanto que The Beatles dejaron de tocar en vivo porque se escuchaba más a sus fans gritando que su música. Si bien la naturaleza humana no cambió, y más aún en lo que a cultura pop se refiere, lo cierto es que la sala de Villa Crespo tiene las condiciones dadas para que el artista pueda demostrar todo el potencial de su voz. Y eso justamente hizo.

Cuando se lo propuso, fue un tsunami que se llevaba todo a su paso. Una especie de ente tratando de salir del cuerpo o utilizándolo como herramienta para sus propósitos. No existe nada ni nadie así en este planeta. Eso es seguro. A pesar de que tiene 53 años, por lo que las dotes corporales van dejando en evidencia el paso del tiempo, su gaño sigue siendo inquebrantable. Sí sorprendió su delgadez, lo que en los pasajes en los que más gesticulaba hacía pensar en Ale Sergi, vocalista de Miranda!.

Luego de hacer “Amor, amor, amor”, la impronta celebratoria del recital empezó a bajar un cambio. Justo para ello invocó a “Suave”, único momento además en el que salió del guion para arengar al público: “¡Vamos, Argentina!”. Ya en “Culpable o no” se metió en la balada y continuó nadando en esas aguas a través de “Dormir contigo”, donde la chelista abrió el juego para la sección de cuerdas que trajo en esta oportunidad. Mediante “Te necesito” subió un poco el tono melancólico en clave de R&B, y apostó de vuelta por el funk en “Es por ti” y “Dame”.

Una vez que se distendió el ambiente, comenzó la segunda parte del show. Es que el espectáculo estuvo organizado en varias etapas musicales que sintetizan su carrera. Como la bolerística, que tuvo en su disco Romance un punto de inflexión: en ese momento renovó un género que se creía anacrónico y para abuelos, y se lo llevó a un público joven.

Antes que cantarlos uno a uno, el mexicano por adopción y boricua de nacimiento apeló por el formato del popurrí para hilvanar este tramo. Mientras que el primer grupo de canciones sintetizó a clásicos del calibre de “Usted”, “La barca” e “Inolvidable”; el segundo rindió tributo a Armando Manzanero de la mano de “Por debajo de la mesa” y “No sé tú”. Tras cantar “Solamente una vez” y “Somos novios”, aparecieron en escena un bandoneonista y una pareja de bailarines que ayudaron a ilustrar el pasaje tanguero del repertorio.

Quizá la rareza del show, amén de guiño a una audiencia “incondicional” (guiño guiño). Y es que la voz tornasolada de Luis Miguel da para todo. Él domina al género, antes que el género lo controle a él. Instalando un aura revitalizada. Lo demostró una vez más al cantar “Por una cabeza”, “Volver”, “Uno” y “El día que me quieras”.

Sin mediar palabras, irrumpió el tercer segmento: el de los dúos y las canciones de crooner. En “Sonríe”, Luismi y Michael Jackson juntaron talentos, pantalla mediante. Y volvió a recurrir a ese truco en “Come Fly With Me”, en esa ocasión con Frank Sinatra. Entonces apareció de vuelta el popurrí como receptáculo. En principio, para pasearse por el pop. De ahí destacaron “Un hombre busca a una mujer”, “Cuestión de piel”, “Fría como el viento” y “Entrégate”. Ni bien terminó el tema, un grupo de mariachis se sumó a los casi 30 músicos que estaban en escena. Lo que el cantante aprovechó para sacarse el traje, y volver vestido de negro.

Redimió a José Alfredo Jiménez con “Si nos dejan” y “La media vuelta”, a Rubén Fuente mediante “La bikina” y más tarde a Tomás Méndez con su cover de “Cucurrucucú paloma”. Pero antes había repasado su adolescencia con “La incondicional” y “Palabra de honor”, para luego redoblar la apuesta con “Ahora te puedes marchar”, “La chica del bikini azul” y “Cuando calienta el sol”. Canciones de la etapa que lo convirtió en el nuevo astro rey.